La brillante historia de "Guayamurí": el adivinador y protector de los humanos


Guayamurí era esbelto, membrudo y agigantado. Más esbelto, más membrudo y más agigantado que todos los de su raza.

Nació cuando la Luna estuvo con la cara más lavada y después que le hizo guiños al Sol para que le engendrara los "ánimos vivientes". Era la época en que todo esto parecía otro mundo y no había empezado a reinar el espíritu de las maldades.

Guayamurí escogió para su morada el sitio más romántico del extenso valle de Paraguachí, desde donde constantemente se sentía acariciado por las suaves brisas de la "ensenada de las langostas", que por mandato del padre Sol y de la madre Luna, constantemente les llegaban con la sinfonía del viento y los susurros de las aguas saladas.


Guayamurí fue amo y señor de las yucas amargas, que obtuvo cruzando miles de semillas buenas, germinadas dentro de la saliva venenosa de los yares silvestres y regadas con el rocío mañanero que le enviaba el dispensador de las lluvias tenues y refrescantes.

Su descubrimiento fue recorriendo llanadas y laderas con una velocidad desconocida. De todas partes concurrían turbas entusiasmadas a buscar las estacas para irlas multiplicando, y a recibir las lecciones que tenían que seguirse sin un "sinoés" de equivocaciones, para que todo resultara como los dioses lo habían predestinado.

Las yucas más hermosas raspadas con pedazos cortantes de los cantos rodados y lavados hasta la saciedad con aguas de jagüeyes o de "bocas de pozos", aclaradas con berros o con cardones, desmenuzada la pulpa blanquecina en cortezas corrugadas corno la del roble y la del jobo montañero, exprimida en mapires grandes y bien confeccionados para sacarle el zumo venenoso y cocidas en tortas sobre enormes budares de barro apelmazado, convertíanse en el mejor de los panes para aplacar el hambre.



Gracias al nuevo pan, los mortales se fueron entusiasmando por todos los contornos, y Guayamurí haciéndose famoso como piache, adivinador y protector de todos los humanos, hasta que un día, cuando los vientos soplaron con mayores furores, el Sol entristecido se zambulló en las aguas saladas y el manto funerario, más temprano que nunca, empezó a adueñarse de todo el firmamento, expulsó sus  alientos definitivamente y su cuerpo se quedó como petrificado en el sitio de las adoraciones.

De todas direcciones empezaron a venir los congraciados a traerle sus últimos regalos. Lunas y más lunas estuvieron vaciando sobre su cuerpo inerme, yares y catebías de las yucas amargas, hasta que el promontorio de tanto agigantarse, un viento endemoniado le desprendió el "pitache", cosa que fue tomada como signo del cese de las recompensas y de los agradecimientos.

Desde entonces, allí está, en el enhiesto y vigilante cerro de Guayamurí o “Gua-ia-murí”, como se le empezó a decir, perennizado el nombre del piache, adivino y protector de los mortales y primer cultivador de las yucas amargas.

La imagen inicial es referencial y pertenece a: www.survival.es.

Tomado de: Consejas y Leyendas Margariteñas - José Joaquín Salazar Franco (Cheguaco) (1989)

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